Primer año pandémico

Por Guadalupe Escobedo Conde

 

Parece que fue ayer, pero ya celebramos el primer año de cuando cambio el mundo, o al menos la socialización humana contemporánea como la conocíamos hasta entonces, cumplimos un año en distanciamiento social, con más prácticas de higiene para la salud, en “home office”, con clases a distancia y ya entendimos que la cuarentena no son solo cuarenta días, sino un ciclo tan largo como la pandemia lo paute.

Tal día como hoy, unos con júbilo, otros escépticos y muchos destanteados con la orden sanitaria, paramos casi todo y comenzamos a cambiar de hábitos. De un día para otro, se vaciaron las escuelas, las oficinas públicas y muchos comercios bajaron la cortina, la esperanza estaba puesta en salvaguardar la salud ante un virus recién descubierto, que venía desde lejos, arropado en el misterio y creando una gran confusión para cimbrarnos a todos, movernos la conciencia individual y colectiva y ponderar lo importante, ante todo mantenernos con vida.

A esta fecha, México reporta cerca de 200 mil familias enlutadas, Tamaulipas más de 4 mil 500 y a los hospitales siguen llegando enfermos, la vacunación va a paso lento y las proyecciones no alcanzan para animarnos a un futuro inmediato sin el virus acechándonos.

En el recuento de los daños se anota la pérdida de empleos, aquí se destaca que dos de cada tres plazas laborales eran de mujeres; en el cierre de negocios para siempre, el 80 por ciento de la mano de obra de servicios recaía en ellas; en la pausa del año lectivo para niños y jóvenes que aún no tienen acceso a las tecnologías, las más afectadas serán las niñas.

Apenas, entendíamos la magnitud de la pandemia del Covid 19 y se nos descubrió la otra pandemia, la de la violencia doméstica, que en México aumentó a más del 60 por ciento, y la ONU estimaba un crecimiento del 40 a nivel global, en este entorno las niñas, niños y mujeres son las más lastimados y seguimos sin estrategia para defenderlos.

En un año, nos dimos cuenta que toda actividad podría parar, menos la política, los discursos diarios, la grilla en las calles y en reuniones partidistas sigue sin un temor a más contagios.

Y nos volvimos más activos en redes sociales, frente a las pantallas de los celulares incrementamos la socialización y hasta la participación política, le entramos a debates y análisis de personajes públicos, de estrategias de salud y bienestar.

Desde el inicio del “jomofis” innovamos en la cocina intentando cuanta receta encontramos en internet, también emprendimos una limpieza a conciencia de cuartos, closet y todos los rincones de la casa; aprendimos que no necesitamos tanta ropa en el armario y que un par de zapatos basta para el andar cotidiano; que cuando volvamos a viajar, seguramente lo haremos más ligero y que en las conferencias virtuales es mejor mantener el micrófono apagado.

Nunca supimos porque habría que comprar y acumular papel higiénico, ni para qué tanta ley seca que solo provoca compras de pánico, tampoco entendemos porque se abren los bares y aún siguen cerradas las escuelas, museos y bibliotecas.

De un año a la fecha, hasta los semáforos se ven diferentes, ya se me hacen pocos los tonos del verde al rojo y estoy convencida que ya nada será igual para nadie, pero ojalá que como muchos vaticinaron hace un año, salgamos de esta pandemia, como mejores seres humanos.

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