Por Guadalupe Escobedo Conde
Hace no mucho tiempo, escuche una voz masculina que me decía: La política es cosa de hombres y las mujeres están para las acciones asistenciales. Y todavía hay quienes tienen arraigado ese pensamiento retrograda y solo invitan a la participación femenina para lucirse en público, en algunos casos para lucirlas a ellas, así fue como tuvimos una primera dama de telenovela.
De la política de hombres se dicen muchas cosas, como que los que andan ahí es porque no le tienen miedo a nada, ni a la vergüenza, ni al descredito, ni a salir manchados por prestarse a actos que los corrompen. Debe tener la piel muy gruesa para aguantar la crítica y no ser sensibles ante el fuego amigo o enemigo. Es una faena muy difícil, pero algo debe de tener de suculenta porque muchos andan tras un hueso.
Bueno, sí para ellos es difícil, para las mujeres debe ser peor. Es un escenario tenebroso, de lucha sin tregua y de piso disparejo para ellas. Por eso debió tipificarse la violencia política por razones de género. En esta elección se está estrenando el reglamento que se aprobó el 13 de abril del año pasado.
De nuevo dirán los antifeministas que ellos también sufren agresiones en el agreste terreno político y más en medio de una campaña, pero deben saber que identificar para sancionar la violencia hacia la mujer en el ámbito público armoniza la participación pareja de todos y hace prevalecer el respeto a los derechos de las humanas. La violencia política se tipifica como física, sexual, psicológica, económica y simbólica. Se percibe en actos que atentan contra su integridad o la de su familia, que pueden ser agresiones físicas o sexuales, también en el lado emocional, pueden sufrir ansiedad y en lo económico la falta de recursos.
Y entre tantos obstáculos para su desarrollo político debemos tomar en cuenta la difamación, el acoso, la violencia sexual y los tocamientos, empujones y arrimones, y sí en este apartado lo que se ha viralizado es el pellizco de glúteo que un candidato morenista le aplica a una candidata de misma filiación. El hace campaña por la gubernatura de Zacatecas, ella por una alcaldía del mismo estado.
El grave incidente que protagoniza David Monreal y Rocío Moreno, es una prueba irrefutable de que las agresiones contra la mujer en este país suceden porque no se castigan. Y suceden en todos los partidos políticos y en todos los niveles de gobierno.
La víctima salió en defensa de su victimario y debemos aceptar su postura. Pero no podemos pasar por alto que es una clara agresión sexual y se le conoce como hostigamiento, dado que el acoso se da con jerarquía de poder, él es su jefe político inmediato y el jefe nacional tampoco la va a defender. Por ello está claro que opta por justificar el delito.
El agresor evade su responsabilidad y dice “que, si a lo mejor roso a la compañera” fue sin querer, pero antes del pellizco de glúteo se ve que la jala de brazo con una fuerza y confianza propia de quien se sabe impune.
El presidente, minimizo el caso, algunos periodistas también los dudaron, todo en el marco del grandísimo pacto patriarcal que se niegan a romper.
No habrá denuncia y menos sanción, pero que quede como antecedente para todos los políticos, sus conductas impropias nos afectan a todas y todos, son el reflejo de la clase política que ya no queremos. Ahora la consigna feminista es “ningún manoseador” en el poder.