De lujos y placebos
Cinthya Barrón
Hace unos días fui a comer a uno de los restaurantes “caros” de la ciudad. Cuando llegué solo había una mesa ocupada por un par de hombres que deduje eran políticos locales por el tono y el tema de conversación. Y no es que estuviera especialmente atenta a lo que decían, ellos se esforzaban por alzar la voz e involucrar a todos los presentes en sus temas. Vi la carta, los platillos y los precios, fue inevitable hacer cuentas mentales de cuánta despensa, recibos de agua y luz pagaría con lo que costaba cada uno. Sentía la mirada de los meseros, personas que al igual que yo tenemos una lucha diaria por llegar a final de quincena. Por otro lado los hombres que ya se encontraban en el lugar pedían una nueva ronda de tequilas.
Toda esta situación me hizo pensar en la pujante vida de la clase media en la capital de Tamaulipas. Conforme pasaba el rato llegaron otros comensales, familias que podían gastarse en una cena poco más que el sueldo regular de lo que los meseros y yo percibimos por quincena. Recordé a Luis Spota y los personajes de sus novelas. Justo unas horas antes de ir a cenar platicaba con un compañero sobre la recesión económica de Cd. Victoria y los embates que las familias promedio tienen que pasar para completar el gasto, especialmente en esta temporada escolar.
Al llegar a casa y ponerme a reflexionar sobre esto no voy a negar que me sentí un tanto incongruente con mis principios marxistas, mira que haberme cenado lo que allá afuera una persona está tratando de conseguir para completar un medicamento o pagar los servicios básicos de salud. Bajo estas comparativas me siento parte del problema más que de una solución.
Y ése es el problema: la desigualdad que hay en México y la falta de conciencia que hay de ello en las personas. Vamos, le reclamamos al gobierno que no hay oportunidades de crecimiento económico pero a la hora de adquirir productos de lujo lo hacemos bajo el esquema capitalista de consumo. Esto aplica para todas las personas, creemos el merecer un lujo como un placebo para no ver lo que hay detrás de ello. En mi caso, una cena cara fue un placebo para demostrar interés y darle en números cuantitativos importancia a una persona. Viéndolo así es bastante triste.
Figuras como la del ex presidente de Uruguay, José Mujica, nos enternecen por su austeridad pero a la hora de elegir un modo de vida preferimos engancharnos a la seducción virtual del derroche y el lujo como lo describiría Jean Baudrillard. Y quizá el lujo no esté del todo mal, quizá lo malo es la mentalidad individualista sin observar que hay gente cuyos problemas son más críticos que tener una cena gourmet o un producto caro. Piénselo.