El pasado domingo 15 de septiembre celebramos una vez más la fecha simbólica del inicio del movimiento social de 1810, cuyo objetivo explícito fue lograr nuestra independencia de la Corona Española; como cada año la festividad tuvo lugar en el zócalo capitalino y desde Palacio Nacional el presidente en turno, Andrés Manuel López Obrador, pronunció el denominado grito de independencia.
El acto fue replicado de manera simultánea por los gobernadores en todas las entidades federativas del país, dando paso a la algarabía decorada con juegos artificiales, baile y música, por cierto, es ampliamente recomendable volver a escuchar la interpretación de Eugenia León, en la Plaza de la Constitución ante miles de asistentes.
El primer mandatarito de la nación pronunció arengas que salieron del protocolo tradicional, al pedir ¡vivas! para los héroes anónimos, para las madres y padres de nuestra patria, al heroico pueblo de México, a las comunidades indígenas, para la fraternidad universal y la riqueza cultural de nuestro país, así como a los conceptos de libertad, justicia, paz, democracia y soberanía.
A propósito de independencia nacional, sobre los conceptos de libertad y de soberanía cabe hacer algunas reflexiones; pues después de más de dos siglos del inicio de dicha gesta, las actuales condiciones nacionales nos obligan a poner en tela de juicio los logros que al respecto hemos alcanzado.
Seguimos dependiendo del extranjero para nuestra vida cotidiana, por ejemplo en materia alimentaria o de acceso a suministros elementales como el petróleo. En aras de recibir capital bajo el manto de la generación de empleo, hemos abierto nuestro tierra a la inversión extranjera directa sin mayores controles, de lo cual se han derivado enormes costos para el pueblo de México, como la depredación, la erosión y la contaminación que históricamente ha generado la industria minera, pagando impuestos irrisibles y salarios bajos.
O el caso del sector turismo, donde la inversión extranjera particularmente la española en la Riviera Maya, ha permitido que se apropie de nuestros recursos naturales, al tiempo que las cuantiosas ganancias son exportadas de nuestro país.
Y qué decir de las industrias refresqueras trasnacionales, que se han apropiado de mantos acuíferos lucrando con un recurso de primera necesidad, al embotellarla y venderla a precios altos, mientras en amplias regiones del país la población más pobre sigue sin poder hacer efectivo el derecho del acceso al agua potable.
Tal vez el factor que más determina nuestra condición de nación dependiente sea de orden cultural, pues sigue siendo efectiva aquella frase popular en el sentido de que lo mejor nos viene del extranjero, destacando modas y costumbres con fines mercantilistas, así como fanatismos religiosos que históricamente han garantizado dominación social.
Es tiempo entonces de que el pueblo mexicano organizado exija a los tres poderes y a los tres órdenes de gobierno, que se cumpla al menos el cúmulo de derechos establecidos en el artículo 4° constitucional, que a la fecha sigue siendo letra sin referencia en los hechos; para que efectivamente tengamos razones para celebrar nuestra independencia nacional.