Por Guadalupe Escobedo Conde
Apenas suspendieron clases, decretaron la sana distancia y el confinamiento en casa, las primeras en perder sus empleos fueron las señoras trabajadoras del hogar. A las prisas se les dijo: ya no vengan más, cuídense y quédense en sus casas. Si bien les fue, se les pago su última jornada, pero ya no se les ha vuelto a recibir en sus labores.
Las familias empezaron a organizarse, algunas mujeres asumieron la responsabilidad total de la limpieza hogareña, otras más sumaron a hijos y maridos a las labores domésticas y se realizaron nuevos planes para mantener en orden el hogar. Ya sin ellas.
El pánico se apodero de las patronas y no quisieron arriesgar a sus familias al contagio del coronavirus por la entrada y salida de la persona que viene ayudar con la limpieza, así que fueron despedidas, algunas sólo recibieron un mensaje de texto “ya no venga esta semana, yo le aviso” otras una llamada directa diciéndole que también era por su bien, y muchas más fueron regresadas desde la puerta a donde todos los días llegaban para laborar.
En nuestra sociedad, muchas de las mujeres que asisten en las casas, son madres solteras, que están tratando de sacar adelante a sus hijos, o están separadas, o viven en círculos de violencia familiar y son obligadas a llevar el sustento a la casa que habitan. En esta cuarentena, están en total desamparo.
Desde hace un año, México tiene un programa piloto, que nada más no ha querido prender, se trata de la afiliación de las trabajadoras del hogar al IMSS, para darles accesos derechos laborales, pero al mes de mayo de este 2020 y en medio de la pandemia apenas se han registrado a 22 mil trabajadoras, lo que representan sólo el 1 por ciento de las empleadas en este sector. Tampoco se les ha normado su pago en el tabulador para oficios y profesiones, por lo que sigue siendo una actividad con marcada discriminación social, se deja al libre albedrío de las patronas el horario y salario.
En el nueva “normalidad”, el IMSS a cargo Zoé Robledo ingenió una línea de crédito para las inscritas en este padrón, 25 mil pesos a pagar en cómodas mensualidades durante los próximos tres años, pero es un precio muy alto que sólo las endeudará y no les soluciona su situación laboral. Al día de hoy siguen en el desempleo.
Las mismas empleadas del hogar, son las que tienen que hacer su inscripción al IMSS, pero no tienen acceso a la información ni a la gestoría correspondiente y tampoco la solidaridad de sus patronas.
Aquí falta mucha conciencia humanista, de las empleadoras, que en lo general son también mujeres, que aprovechando su nivel social abusan de sus empleadas, con trato indigno, mal pago, trabajo excesivo y abuso por su necesidad.
Sororidad es una palabra que nos conmina a ser solidarias por el género, un neologismo que proviene del latín “soror”, que significa hermanas y se conjunta con el término solidaridad, para fomentar esa hermandad y protección entre mujeres, sobre todo para defendernos del patriarcado.
Mientras el sistema, que todo lo enreda, regulariza la situación de las miles de empleadas del hogar, será mejor que cada familia comience a revalorar el servicio que prestan y dignificar su oficio, con estricto respeto a sus derechos humanos. Si saldremos de esta pandemia más humanizados, empecemos por casa.