“Pasaban en silencio nuestros dioses” de Héctor Manjarrez
Cinthya Barrón
Desde hace cuatro años he adoptado la costumbre de leer libros de la biblioteca pública y prácticamente me ha tocado “estrenar” varios de ellos que pese a los años en las estanterías –algunos con fechas de colofón mayores a mi edad- permanecen en el olvido, o mejor dicho en la espera de ser descubiertos. Hace un par de semanas me aventuré con la novela “Pasaban en silencio nuestros dioses” de Héctor Manjarrez y me encontré con un libro prácticamente nuevo cuyo crujir de lomo al pasar de páginas revelaba que quizá desde haber sido colocado en estantería no volvió a ser tocado en casi veinte años.
Y es una lástima porque la novela de Manjarrez es una lección de escritura creativa para quienes tenemos inquietudes literarias, a la par de ser la descripción y reflexión de una época e ideologías que ahora parecieran objetos de museo pero que hace treinta años eran la esperanza de que un día el socialismo y la izquierda triunfarían. Y no solo el socialismo, la comunidad artística, la justicia, el feminismo, la emancipación de los hombres ante el machismo, una época en la que la sociología y la antropología estaban ahí para analizar y pronosticar el futuro. El breviario intelectual de izquierda y sus manifestaciones culturales se encuentran a lo largo de la novela, en el grupo de amigos que perteneció al movimiento estudiantil del 68 y que al paso de los años busca su lugar ideológico en un México que cambia y que en breve se rendirá a los brazos del neoliberalismo. La comunidad artística se reunía en torno a los ideales políticos de redención del pueblo y aunque había temor de los gobiernos represores del priísmo de antaño, la voluntad por denunciar y crear estaban ahí, siempre latentes, como una resistencia civil que se alimentaba de la militancia que no se compraba con becas y apoyos de gobierno.
En el último capítulo de “Pasaban en silencio nuestros dioses” Héctor Manjarrez toma el funeral de José Revueltas como el mejor escenario y metáfora para hablar con melancolía de todo esto, del movimiento estudiantil del 68, de la vida y los andares de Revueltas y lo que representó no solo para las letras sino para la militancia mexicana y las personas que lo conocieron. También describe cómo estas pasiones políticas se fueron fundiendo en el silencio. No sé usted, pero a mi este tipo de reflexiones me llegan en lo más hondo de mi corazón que fue formado en el marxismo y las humanidades. Por eso al terminar de leer esta novela me invadió un sentimiento de orfandad, la belleza de las palabras de Manjarrez me lanzó a la lona del anhelo de los ideales que sabemos no dominarán este mundo. Y así estuve varios días, que coincidían con las vísperas del 2 de octubre, buscando de nuevo una brújula y en mi condición de huérfana busqué refugio en los textos de José Revueltas. Es doloroso pensar en la sociedad que queríamos ser, la sociedad que somos y los cambios que no podemos lograr. El mayor poder de un texto es no dejar al lector indiferente, de ahí que la prosa literaria y política de Revueltas resulte tan oportuna para estos tiempos.
Por último no puedo dejar de acotar que hace un par de días se conmemoró el 2 de octubre de 1968, fecha que representa un antes y un después del siglo XXI mexicano. Fecha que me hace recordar que las universidades deberían ser ese lugar donde convergen ideas y conocimiento, donde los estudiantes y la pluralidad de opiniones deberían ser el eje central y no la voz institucionalizada de los intereses del sistema y del gobierno en turno. Para mi ese es en esencia el espíritu de la universidad pública y autónoma. No olvidemos el 2 de octubre, al contrario, hagámosle justicia histórica al 2 de octubre.