PAN Y CIRCO

Por Guadalupe Escobedo Conde

Como moda o un tema muy rentable, los contenidos feministas se están presentando en pantalla, algunos con resultados prósperos para exponer y debatir las marcadas desigualdades de género que persisten en el sistema patriarcal y machista que nos agobia. Pero hay otros proyectos menos afortunados, que sólo utilizan la ola feminista para llamar la atención y hasta banalizar las tragedias, como es el caso de la producción Pan y Circo, del actor mexicano Diego Luna.

 

La serie disponible en una plataforma vía streaming, se realizó a inicios del año pasado, luego se encapsuló por la pandemia, pero ahora se ha remasterizado y puesto al aire con temas de política y sociedad, lo mismo hablan de drogas que de cambio climático, economía o grilla, todo por encimita, sin empeñar la palabra. Un primer capítulo, improvisado por la crisis sanitaria, hizo referencia a la salud pública y el Covid 19, con la aparición estelar del mismísimo Hugo López Gatell, sin análisis certero de la estrategia, dejando al aire más preguntas que respuestas.

 

Para la segunda mesa, el producto televisivo realizado en formato de entrevista en convivencia con la comida, convocó sólo a mujeres, dos servidoras públicas, una abogada activista por los derechos de las mujeres, una conductora de televisión de programas deportivos, una artista urbana y una madre de una víctima de feminicidio. Desde luego, no “espoliaré” el episodio titulado “Ni una menos”, tampoco haré crítica sobre el trabajo del cineasta, del que otros especialistas opinan que no tiene nada de cine, ni de serie, ni de programa de televisión, este episodio fue víctima de una mala edición y deja a la temática mutilada y en realidad poco aporta para la comprensión del tema feminista.

 

En esta lamentable circunstancia, el varón preside la mesa y sienta a las seis mujeres disímbolas que casi llegan al enfrentamiento verbal y hasta las lágrimas, pero luego son convidadas a probar ricas viandas elaboradas en un laboratorio gourmet por otra mujer, que les presenta los tres tiempos de la cena, sin que ninguna alcance a exponer en firme sus ideas sobre: feminicidio, discriminación, impunidad, desigualdad social, machismo y patriarcado, todo se aborda sin profundidad, rosando la banalidad y frustrando a más de dos comensales que no logran aterrizar sus expresiones. Ni siquiera se logra la empatía o sororidad entre ellas. A pesar de intentar romper el hielo con un aperitivo y al final brindar por las víctimas de feminicidio, las que ya no están para defenderse.

 

El tristísimo episodio deja un mal sabor de boca, cuando la señora Aracely Osorio, madre de Lesvy, narra que ninguna autoridad de este gobierno se ha acercado a ella para revisar el caso de su hija asesinada y es interrumpida por la entonces titular de CONAVIM, María Candelaria Ochoa que la reta y responde “es que Usted no se ha acercado a pedir cita”. El conductor luce impávido ante la narrativa de la tragedia, pero no se compromete con el tema.

Hay un uso y abuso del tema feminista en noticiaros, programas de televisión y en discursos políticos, así como la tendencia de muchos servidores de la política que se consideren así mismos antipatriarcas y antimachistas, pero nada de todo esto abona al activismo real que busca cambiar conciencias y redireccionar el rumbo social que sigue siendo desigual para las mujeres.

 

En redes sociales, también es común que personajes públicos hagan eco de las demandas de colectivas feministas, pero sólo lo hacen por aparentar ser solidarios con una causa, que no entienden, ni pretender atender. Como anillo al dedo, eso de pan y circo, para pretender estar de lado de las mujeres.

 

La lucha histórica de las mujeres, no es superficial y se frena por frivolidades como esta. El hambre de justicia, no se quita con una cena sibarita, ni actitudes fingidas.

 

 

 

 

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