Por Guadalupe Escobedo conde
Estudios de género sustentan que los hombres más propicios a la corrupción, incluso algunos estados del país han implementado acciones para eliminar este flagelo con la participación femenina, tal es el caso del Estado de México que en 2016 cambio a sus tránsitos por mujeres con pantalones, camisas negras y silbato en mano, acabaron así con las mordidas y elevaron las multas de los conductores que infringen la ley vial, esta acción les mereció un reporte de la BBC que presenta una lista de 100 mujeres de todo el mundo destacadas por sus logros.
A nivel mundial, la pandemia confirma que las naciones que están al mando de una mujer eliminan más fácilmente prácticas de corrupción y hoy tienen los mejores estándares de atención a la salud pública en pandemia.
Cuando trascienden casos de escandalosos de transacciones ilícitas con dinero público, lo que más resaltan son los nombres de hombres de negocios que caen ante la tentación del dinero, claro que tenemos deshonrosas excepciones, como Rosario Robles o Elba Esther Gordillo y si escarbamos tantito más seguramente habrá más mujeres que también sucumben ante el poder y la ambición.
En la mala práctica mañanera del “quién es quién en las mentiras”, según la mirilla del presidente, son más los periodistas que las comunicadoras, los que quedan en entre dichos por sus malas prácticas de transmitir noticias.
Sin embargo, la corrupción no distingue género, ni ideología, ni religión, nos afecta a todos por igual en todos los temas importantes del progreso social, sí tenemos las peores calles del mundo, es porque tras la acción de pavimentar hay corrupción; sí no tenemos una infraestructura de salud pública sana, es porque este sistema tiene metido como cáncer la corrupción; sí las escuelas públicas están tan desprovistas de espacios dignos y los padres tienen que pagar hasta la limpieza de los malos baños, es porque este rubro también ha sido lacerado por años por malos servidores públicos, y así podremos seguirnos con todos los ámbitos que están mal de origen y tienen el origen en la mano de un corrupto.
Y aunque para el presidente hace tres años que se nos curó esta enfermedad, la realidad, junto con la nueva normalidad, nos sigue recordando que está ahí, metida como la humedad en todos los muros y cimientos de las políticas públicas y este mal afecta más a las mujeres y niñas, por ser el grupo más vulnerable, invisibilizado y desatendido de este gobierno.
Al menos así lo reconoció el Congreso poblano que acaba de aceptar una iniciativa para castigar hasta con cárcel a sus funcionarios omisos, que violen o no respeten la Ley de Acceso de las Mujeres a una Vida Libre de Violencia, esto tras reconocer que la mayoría de los delitos que más afectan a las mujeres se quedan impunes, o no se denuncian por la falta de confianza hacia las instituciones de justicia. Esto es una nueva ley, para hacer cumplir la ley que castiga las violencias contra las mujeres, que ya cumplió una década en nuestro país y que poco se respeta.
Antes de que se nos amontonaran los problemas por la pandemia, un estudio de Transparencia Internacional expuso que en América Latina las mujeres se ven más afectadas por la corrupción y subrayaron, que para acceder a la atención médica o la educación pública son más vulnerables al soborno, pero también se asentó que la presencia femenina en el ejercicio de las políticas públicas genera más confianza, ellas son menos arriesgadas en asuntos de corrupción.
Y conviene saber que “A nosotras la corrupción nos muerde más fuerte” por la desigualdad en el ingreso, las dobles o triples tareas o por la extorsión sexual y sobre esto, Vianney Fernández de “Mexicanos contra la Corrupción y la Impunidad” hace una narrativa con experiencias de mujeres y las cifras que sustentan como ellas, sufren más que ellos, los actos de corrupción.
Concluye que para encontrar una solución debemos reconocer que este flagelo nos pega más fuerte a las mujeres, pero, “regresemos la mordida: denunciemos públicamente a los funcionarios que inciden en estas prácticas para que no haya una próxima ocasión”. Llenemos pues los espacios públicos con anécdotas y datos con perspectiva de género.