Historia para qué

Historia para qué

Cinthya Barrón

 

El pasado fin de semana estuve ayudando a mi sobrina a estudiar para su examen de historia de la primaria. Cada que me lanzo a la ardua tarea de ayudarla con ello veo en su rostro la frustración por una materia que no le gusta y que por lo mismo le parece difícil e innecesaria. Y a veces la comprendo porque lamentablemente las herramientas pedagógicas para enseñar historia no han cambiado en décadas.

Se nos ha enseñado la historia como un cúmulo de conocimientos donde imperan las fechas, los nombres y los sucesos. Las vías que refuerzan este conocimiento son la repetición de efemérides cada lunes, la suspensión de labores en fechas que marcaron la historia de nuestro país, la visita en calidad de bulto a las conmemoraciones en torno a un monumento, las monografías, las estampitas y láminas que se pegaban en el cuaderno de la materia, además de los incipientes e interminables cuestionarios que con el método de pregunta-respuesta pretenden que se comprenda la compleja historia de este hermoso país.

Así aprendimos nuestra historia, como quien copia y pega frases de un libro, como quien subraya y transcribe textos. No es de extrañar que con estos métodos más de uno haya sufrido una especie de terapia de choque al solo pensar en la cantidad de fechas, cuestionarios y resúmenes por entregar y que al paso del tiempo ya no le interese la historia o incluso, lo que es más peligroso, se olvide de ella.

El problema de la falta de interés en el pasado de México viene desde la forma en que se intentó enseñar e inculcar en los chicos la historia, porque desde un principio la materia y sus contenidos eran vistos solo como acumulación de datos sin otorgarle un efecto práctico. ¿Historia para qué? Ha sido una pregunta frecuente entre los chicos que se rehúsan a estudiarla y ha sido una pregunta que también se ha planteado en los rediseños de programas educativos donde cada vez se recortan más los contenidos y se le resta importancia a materias de humanidades. Con asombro y tristeza veo cómo los libros de texto pasan a vuelo de pájaro un siglo tan convulso y complejo como el siglo XIX mexicano. Y de la Nueva España ni hablar, tal parece que entre 1521 y 1810 en lo que ahora es México no sucedió nada relevante según los libros de texto de la primaria.

La historia evidentemente tiene muchas implicaciones prácticas, desde forjar la identidad de un país hasta legitimar el poder, provocar la disidencia o cambiar el futuro. Por ejemplo, en este mes la plataforma Amazon estrenó “Un exrtraño enemigo” un thriller político en ocho episodios que toma como marco las manifestaciones estudiantiles de 1968, la sucesión presidencial y los juegos de poder de la época. La serie toma la historia para tejer una trama que engancha y que sirve de pretexto para debatir y revisar la historia en torno a un tema tan actual como polémico: los compromisos políticos y el poder de unos cuantos.

Otro asunto que considero importante a la hora de investigar y promover la historia es bajarla del reino de lo puramente intelectual y de las lecciones morales. La historia no son sucesos que se encuentran alienados de nuestra vida cotidiana, la historia son procesos que dieron como resultado nuestro presente. Como le digo a mi sobrina: debemos conocer la historia de México para saber de dónde viene el relajito que tenemos ahora.

La labor del investigador, así como del divulgador y del maestro de historia es fundamental para crear conciencia ciudadana, para promover un sentido crítico y sobre todo para convencer a la población que si bien el pasado ya no se puede modificar, conocer nuestra historia es una buena herramienta para diagnosticar el presente y cambiar el futuro.

 

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