El gusto por el café
Cinthya Barrón Ruíz
“El café debe ser caliente como el infierno, negro como el diablo, puro como un ángel y dulce como el amor.”
Charles Maurice de Talleyrand
“¿Gustas una taza de café?”, “Te veo en el café y me cuentas todo”, “¿Cuándo vamos al café…?” son solo unas frases de las tantas que usamos casi a diario para manifestar que tomar café no solo es una actividad alimenticia, es una actividad que tanto se puede degustar en privado como también es delicioso si se hace en compañía. Claro, también dependiendo de qué compañía.
Esta bebida que para muchos es ya no solo una opción de desayuno sino toda una necesidad para funcionar no tiene un origen muy preciso de descubrimiento. La leyenda más aceptada es que en Etiopía hubo un pastor llamado Kaldi que notó comportamientos extraños en algunas de sus ovejas después de que estas comieran unos frutos silvestres color rojo. Al ver que las ovejas pastaban, corrían y retozaban con singular energía decidió probar también aquellos frutos semejantes a cerezas y comprobar que en efecto tales frutos le llenaban de energía.
Ni tardo ni perezoso Kaldi tomó algunas hojas y frutos de estos arbustos para llevarlos a un monasterio cercano y contarle a los monjes su descubrimiento. Allí los monjes probaron hacer una bebida con los frutos y al beberla notaron un sabor tan desagradable que decidieron echar al fuego la cantidad que quedaba con todo y recipiente. Ya en el fuego los granos empezaron a tostarse y a expedir un agradable aroma por lo cual los monjes reconsideraron la idea de hacer una bebida a partir de los granos tostados. Así idearon una infusión a base de los granos tostados de aquella planta que ahora conocemos como cafeto y así nació el café.
El café entró a Europa por Turquía hacia el siglo XVII gracias a los mercaderes venecianos quienes tenían un intercambio comercial muy fluido entre oriente y occidente. En un principio fue rechazado por los sectores religiosos como algo de Satanás precisamente por su origen oriental y porque lo vieron como una amenaza al uso del vino, bebida que fuera santificada y bebida por el mismo Jesús. Sin embargo el papa Clemente VIII probó el café y al instante quedó cautivado, tanto que la bautizó simbólicamente para que no fuera problema para los católicos y para él mismo beber café ya que era una lástima que aquel brebaje tan sabroso fuera placer solo de los impíos.
Pronto el café empezó a propagar su aroma y su sabor por Europa, atrayendo a los intelectuales y artistas que veían en su sabor y sus efectos un nuevo cómplice y musa para la creación artística e intelectual. El compositor Johann Sebastian Bach le hizo un homenaje musical al café componiendo la famosísima Cantata del Café, el filósofo francés Voltaire era un asiduo y fanático bebedor de café así como Balzac, quien decía que no podía sentarse a escribir si no tenía en su mesa una buena taza de café bien cargado. A propósito de Balzac, se cuenta que él llegó a comentar que su novela ‘La Comedia Humana’ fue hecha nada más y nada menos que después de 50,000 tazas de café bien caliente y de la mejor calidad.
En América el café tuvo una buena acogida tanto en sus pobladores como en sus tierras, en México tenemos regiones donde el cultivo y producción del café dan como resultado una producción de altura que para muchos supera la cosecha del país donde es originario. Lo cierto es que con leche o negro, dulce o amargo, americano o capuccino, el café es una bebida que desde que llegó encantó a quienes la probaron y que para algunos ya no solo se trata de cuestión de gusto sino de toda una necesidad al paladar.