Por Guadalupe Escobedo Conde
Mientras el gobierno mexicano, candil de la calle, presume que recibió 5 mujeres afganas por asilo humanitario, Colombia y España no han dejado de recibir a miles de refugiados de la misma zona. Más tarde, el Canciller Marcelo Ebrard avisó la llegada de un centenar más de personas, procedentes de Afganistán. Desde luego que es loable la tarea de la comunidad internacional por salvaguardar las vidas de una región en guerra, sin embargo, lo que les promete México es poco, realmente muy poco.
En la primera fotografía de mujeres asiladas aquí, el canciller compartió un texto para avisar que ellas son parte del equipo de robótica de ese país y que “defienden un sueño: un mundo con igualdad de género”, aquí no lo van a hallar. Ellas llegaron procedentes de Washington de un concurso mundial de su especialidad, el segundo contingente procedía de Qatar.
Antes, el Instituto Nacional de la Mujeres, candileja de la calle, envió un comunicado y dice que “observa con preocupación lo acontecido durante los últimos días en Afganistán, en donde la crisis de autoridad pone en riesgo el derecho de las mujeres y las niñas a una vida libre de violencia, así como el disfrute y acceso a servicios y oportunidades”. El Inmujeres replicó además el llamado de la ONU para “garantizar que se respeten los derechos humanos y se establezca un nuevo gobierno unido, incluyente y representativo que contemple la participación plena, igualitaria y significativa de las mujeres”.
El organismo encargado de velar por la política pública con equidad de género, no ha “observado” ni ha dicho nada respecto a las cifras reconocidas por la Segob, de violencia intrafamiliar, la que más se recrudecen contra las mujeres y las niñas mexicanas.
Y así, México está quedando muy bien con la comunidad internacional, además de que se reafirma el espíritu solidario de una nación que por tradición ha sido hogar de muchas familias exiliadas, de otras tierras, en otros tiempos aciagos.
Con total seguridad podemos advertir que la vida de las mujeres afganas cambiará para bien en nuestro país, conocerán libertades que allá les son prohibidas, tendrán mejores oportunidades de desarrollo profesional y personal, seguramente serán asistidas y vigiladas por el gobierno para que no se les vulneren sus derechos y también conocerán de la sororidad, ese acompañamiento que entre mujeres ayuda mucho, sobre todo, cuando falta todo.
Es un difícil trance elegir dejar la patria, porque la vida allí es insostenible.
Sin embargo, alguien les debe advertir que si bien ya no deberán usar el burka que las cubría de pies a cabeza, si deben calzar ligero para correr en cualquier momento si andan los caminos de nuestras ciudades machistas, donde puede ser objeto acoso o violación sexual. Deben estar alerta en cualquier lugar y en la casa, la violencia hacia la mujer aquí no se conoce mucho en público, ni serán azotadas como allá por alguna falta, pero sí se da en demasía, la violencia machista está en todos lados y nadie esta salvo.
Deben ser avisadas, que, así como pica el chile, la vida aquí no es fácil, la mayoría de las mujeres cumplen dos o tres jornadas al día, combinan el trabajo con la limpieza y cuidado de enfermos y niños en el hogar, sin paga y esta tarea se incrementó por la pandemia. La brecha salarial entre hombres y mujeres creció, como aumentaron los feminicidios, los embarazos de niñas, las violaciones sexuales y las agresiones físicas, emocionales y de toda índole contra la mujer.
Deben saber también que, si eligen el activismo feminista, no serán escuchadas por el presidente, ni bien recibidas en instituciones públicas, aquí la protesta de las mujeres está estigmatizada. Las que incomodan al sistema político patriarcal no son bien vistas, les llaman “mal cogidas”, “histéricas”, “locas”, “prostitutas” “que andan en sus días” y si algo les pasa “ellas se lo buscaban”.
Finalmente, si han elegido estar aquí, son bienvenidas todas y sus familias, pero no bajen la guardia.