Mañana 10 de abril se cumplirán 100 años del asesinato del líder revolucionario Emiliano Zapata Salazar, producto de una traición y una emboscada perpetrada en la Hacienda de Chinameca, en Morelos; este aniversario luctuoso es momento para rendir homenaje a ese líder universal, para recuperar su exigencia de emprender un camino distinto, que cristalice la transformación social a favor del pueblo de México.
Parafraseando a Mariano Azuela, Zapata fue la voz de los de abajo, de los campesinos despojados de sus tierras por terratenientes y latifundistas explotadores, de los excluidos del progreso porfirista que hoy reencarna en los neoliberales; Zapata era la voz de un pueblo ávido de respeto, paz y justicia.
Precisamente los ideales por los que luchó Zapata al frente del Ejército Libertador del Sur, con énfasis durante la segunda etapa de la Revolución Mexicana, fueron la justicia, la libertad, la igualdad, la democracia social, sintetizados en el lema tierra y libertad; ideales que serían arrebatados por los constitucionalistas, quienes luego de arrogarse el triunfo revolucionario continuaron combatiendo a quienes, como Zapata, seguían en la lucha armada, convencidos de las insuficiencias plasmadas en la Constitución de 1917, así como de las acciones del gobierno emanado de la gesta revolucionaria.
El oriundo de Anenecuilco pugnó por un presente distinto para los trabajadores del campo históricamente oprimidos, reclamando que la tierra debía ser de quienes la trabajaban; por un destino nacional construido con base en nuestros factores de identidad, en nuestras raíces, con un sentido de pertenencia a un territorio próspero y generoso.
Hoy Zapata representa la reivindicación del derecho ancestral de los pueblos originarios a decidir, a construir su propio destino, y por esa vía, constituye un rechazo a la subordinación a intereses ajenos, a los de extranjeros e invasores; Zapata representa la exigencia de un México construido desde abajo, con proyecto propio y soberano, sin las ambiciones de poder de los insaciables oportunistas, sin la hipocresía y la traición de lacayos disfrazados de progresistas; sin las arbitrariedades de quienes sólo saben imponer más no conciliar.
Conmemoremos a Emiliano Zapata, a su pensamiento y acción, íntegros y coherentes con el pueblo, exaltemos su renuncia a seguir los caminos de la subordinación al poderoso, su rechazo a la explotación y a la discriminación; su lucha por la dignidad del pueblo y la justicia para los pobres, que a la fecha siguen pendientes.
Bien decía el caudillo Zapata: es mejor morir de pie, que vivir toda una vida arrodillado.