El día de ayer, 18 de marzo, se conmemoró el octogésimo primer aniversario de la expropiación petrolera, realizada mediante decreto del Presidente Lázaro Cárdenas del Río en 1938, a fin de rescatar a esa industria de los monopolios extranjeros que la usufructuaban; hecho que se convirtió en un símbolo de independencia y ejercicio de soberanía nacional.
Fueron compañías norteamericanas, británicas y holandesas las que desde finales del siglo XIX y hasta el primer tercio del XX, ostentaron el control de la exploración, explotación y distribución del petróleo en México, las que luego del triunfo del movimiento revolucionario encabezado por Francisco I. Madero, enfrentaron con vastas reticencias las medidas regulatorias vía impuestos, que se les intentaron imponer.
Hay que recordar que en la Constitución de 1917, mediante el párrafo IV del artículo 27, se estableció la restitución a la nación de los derechos de propiedad del suelo y subsuelo relacionados con el petróleo; sin embrago, ante la carencia de la ley reglamentaria respectiva, los conflictos diplomáticos y legales persistieron, básicamente con Estados Unidos.
Sería en 1925 cuando el Presiente Plutarco Elías Calles la promulgaría, la cual obligaba a las empresas a renovar sus concesiones bajo las nuevas leyes, que preveían un pago de impuestos más justo para México, lo que exacerbó el ánimo belicoso de los empresarios extranjeros. Cabe referir también el antecedente de la formación del sindicato petrolero, el 27 de diciembre de 1935, ante la necesidad de organizar a los trabajadores para exigir el cumplimiento de un contrato colectivo que defendiera sus derechos básicos, incluido el de huelga.
En esa tesitura, habría que agregar la expropiación de los Ferrocarriles en junio de 1937, que sentó un precedente significativo sobre el derecho constitucional del gobierno, a expropiar empresas y propiedades por causas de utilidad pública y en beneficio de la nación.
Ante un contexto hostil generado por la intransigencia de las empresas extranjeras con el respaldo de sus gobiernos, finalmente la noche del 18 de marzo de 1938 el Presidente Cárdenas del Río decretó la expropiación petrolera, previendo la creación de un fondo para el pago de las debidas indemnizaciones, que generó acciones extraordinariamente solidarias del pueblo de México para saldar esas deudas.
Conocer esta parte de nuestra historia resulta fundamental, pues Petróleos Mexicanos ha representado no sólo la disposición de una empresa altamente productiva y rentable a nivel mundial, sino el medio para generar un gran capital simbólico que permitió cohesionar a los mexicanos, enriqueciendo nuestros factores de identidad nacional; capital que los gobiernos neoliberales dilapidaron sin reparar en los altos costos para la gobernabilidad y la paz social.
De ahí la relevancia que el nuevo gobierno federal dimensione la importancia práctica y simbólica de esta empresa; pues con independencia de la necesidad que tenemos de explorar sobre energías renovable, menos contaminantes, es una realidad que requerimos en lo inmediato superar nuestra dependencia del extranjero, para consumir gasolina y otros derivados del petróleo a precios más accesibles.
Para lograr esas metas es menester limpiar a la empresa de tanta corrupción, señaladamente en el seno del sindicato petrolero, de sus ineficiencias operativas y en la distribución de sus utilidades, sin necesidad de privatizarla. PEMEX representa un gran negocio, de cuyas utilidades debe beneficiarse de manera efectiva el pueblo de México; lo que le devolverá su contribución a generar lazos de identidad nacional, tan escasos en nuestros tiempos de trasnacionales, especulación financiera y competitividad.