A un año del inicio en México de la pandemia por el Covid-19, es prudente realizar una reflexión sobre nuestro aprendizaje colectivo de esta experiencia global, así como sobre lo que deberemos hacer para enfrenar de mejor manera, circunstancias similares a las que aún padecemos.
Para tal efecto me apoyaré en algunas ideas que sobre el particular recientemente ha externado el filósofo Yuval Noah Harari, quien ha subrayado que si la pandemia por el COVID-19 no mengua en 2021 y, continúa provocando la muerte de miles de personas, no será porque en la histórica guerra entre los patógenos y la humanidad triunfen aquellos, sino que será un fracaso atribuible a la acción humana y, más precisamente, un fracaso de orden político.
Para justificar tal apreciación, el historiador israelí establece que no hay comparación entre la actual pandemia y las que le han antecedido, pues en 2020 se mostró que la humanidad está lejos de estar totalmente indefensa, es decir de carecer de conocimientos y recursos para hacerle frente. Las epidemias ya no son fuerzas incontrolables de la naturaleza, ya que la ciencia y la tecnología han convertido a la pandemia en un desafío manejable.
No obstante, pregunta Harari: ¿por qué más de 2,5 millones de muertos en el mundo? ¿Por qué economías enteras colapsadas y hasta países cerrados? El filósofo sentencia que muchos gobernantes no han estado a la altura de la responsabilidad que les corresponde, de lo cual dan cuenta sus decisiones políticas desacertadas.
Hay que destacar que ante la pandemia, la humanidad se fue retirando al mundo virtual, pues el mundo material estaba siendo inhabitable; sin embrago, mucho de la vida ordinaria continuó, ya que además de la biotecnología, la tecnología aplicada al funcionamiento de internet, hizo posible un confinamiento prolongado sin que colapsaran ni el mundo material ni el virtual, particularmente en los países más desarrollados.
De modo que mientras los científicos del mundo compartieron información y trabajaron colectivamente en beneficio de la investigación, los políticos no consiguieron concretar una alianza internacional contra el virus, ni acordar un plan global para hacerle frente.
Por lo cual, Harari subraya que el nacionalismo para el uso de la vacuna, ha creado una nueva clase de desigualdad global, entre los países que pueden vacunar a su población y los dependientes, que no lo están pudiendo hacer.
A pesar del papel positivo que las tecnologías de la información han jugado durante la pandemia, cabe advertir que tienen su lado negativo, pues la digitalización y la vigilancia total ponen en peligro la privacidad y allanan el camino para el surgimiento de nuevos regímenes totalitarios, encubiertos con el ropaje de la libertad de expresión, que les posibilita la obtención voluntaria de un cúmulo incuantificable de datos personales.
En ese sentido, no es sano permitir la concentración de demasiados datos a un solo actor, llámese gobierno o empresa privada.
Junto con Harari, podemos recapitular que la actual coyuntura nos deja al menos tres lecciones: la necesidad de fortalecer y salvaguardar nuestra infraestructura digital; que cada país debería invertir más en su sistema público de salud; e institucionalizar un sistema global para monitorear y prevenir las pandemias, que no dependa de los caprichos de los gobernantes en turno. Concluyo recomendando la lectura del ya clásico libro de Harari: Sapiens: De animales a dioses.