Ante la inminente retirada total de Afganistán de las tropas de los Estados Unidos y de sus aliados, vino la ofensiva relámpago de El Talibán para hacerse con el control del país, cuyo nuevo gobierno ha declarado una amnistía general, tratando de calmar la incertidumbre de la población en la tensa Kabul. Aunque no hay reportes significativos de abusos o combates en la capital, gran parte de los residentes se han quedado en sus casas y siguen atemorizados, luego de que la toma del poder por los insurgentes implicó vaciar cárceles y armerías.
Aún está presente el recuerdo de las ideas islamistas del anterior mandato, que incluían lapidaciones, amputaciones y ejecuciones públicas. Mientras el presidente Afgano Ashraf Ghani huyó del país durante el avance insurgente y se desconoce su paradero, el presidente norteamericano Joe Biden, ha dicho que enfrentaba la disyuntiva entre cumplir el acuerdo de retirada, negociado por la administración Trump, o enviar miles de soldados más para iniciar una tercera década de guerra.
Para los 38 millones de afganos que han sufrido décadas de guerra, el desastre humano se intensifica: Miles de inocentes muertos, la intolerancia religiosa, la opresión de la mujer, millones de refugiados, serán algunos de los resultados inevitables del colapso del gobierno de Afganistán y, del fracaso de las potencias mundiales que lo sostenían.
Lo sucedido en Afganistán es una contundente derrota del proyecto de “creación de naciones,” el sueño de los neoconservadores norteamericanos incluidos los liberales, que proponían mediante el uso de las armas, transformar a países para crear estados modernos, seculares y, desde luego, capitalistas dependientes.
Pese a las lecciones de los años 70, después de la larga y cruenta guerra en Vietnam, Estados Unidos intervino en Nicaragua, Líbano, Honduras, El Salvador y muchos otros países.
Hay que subrayar que la actual situación en América Central, caracterizada por la corrupción, la pobreza, la violencia, el narcotráfico y los regímenes autoritarios, ha sido abonada y exacerbada por la intervención sistemática estadunidense en la región.
Ninguna de esas experiencias fracasadas, han propiciado cambios en los métodos del sistema imperial norteamericano, consistente en alianzas con fuerzas nacionalistas de centro o derecha, creación de ejércitos siguiendo el propio modelo, integración en una economía mundial basada en tratados de libre comercio, inversión directa, devastación de los ecosistemas, un desmedido y banal consumo, así como la promoción de la democracia electoral y el individualismo neoliberal.
Si bien la guerra nunca ha sido una solución, desafortunadamente tras Afganistán, Biden y el presidente del partido que sea que le suceda, enfrentarán el mismo reto y propondrán la misma solución militar.
En poco tiempo, se habrá de imponer la lógica del poder imperial, de modo que la popularidad que surge del inicio de una nueva guerra y del uso de sus gigantes fuerzas militares, habrá de provocar mayor amnesia entre las élites gobernantes. En plazo perentorio, Estados Unidos con su política de guerra permanente, se habrá de manifestar en un nuevo escenario, que seguramente ya está focalizado.